Hace pocos días, en un acierto periodístico del inefable Claudio Fariña, Coco Legrand reconoció que el sistema previsional privado premió sus años de cotizaciones con una onerosa jubilación de $170000, además de un generoso montepío de $90000 para su esposa en caso de muerte. A partir de este hecho, Legrand criticó lapidariamente al modelo neoliberal yihadista instaurado por los acólitos de la Escuela de Chicago en Chile en la década de los 80 bajo el alero de la Dictadura de Pinochet, el mismo que se ha visto seriamente cuestionado en estos días con casos como Penta. Más allá del cuestionamiento respecto a si cotizó por el mínimo o si se equivocó en gastar tanta plata en su colección de motos, su caso se ha transformado en un verdadero símbolo de lo nefasto del sistema de AFP. Si un connotado personaje como él recibe esa porquería de jubilación, qué queda entonces para el resto de los mortales.
Esto dio pie a una discusión importante a través de las redes sociales, no solamente de la situación en sí, sino que de la trayectoria y rutinas de Coco Legrand. Muchos consideran que el comediante está siendo víctima del mismo sistema al que supuestamente apoyó en la época de Pinochet. Como el inicio de su carrera fue en las décadas de los 70 y 80, y fue uno de los 77 jóvenes que participaron en el recordado acto de ribetes nacistoides del Cerro Chacarillas, muchos lo ven como alguien ideológicamente ligado al gobierno militar, y hasta nostálgico de esa época. Sin embargo, un análisis de su obra y postura no lo revela precisamente como un partidario militante de Pinochet, como si lo fueron otros como Ronco Retes y Willy Bascuñán. Nunca ha manifestado públicamente su posición política, y los que escuchamos los cassetes y vimos sus videos de sus obras “Con la Camiseta Puesta” y “No Voten Por Mi”, recordamos claramente que hacía muchas alusiones a la contingencia políticas, llegando incluso a imitar al Dictador en una época en que hacerlo era un acto temerario, que podía significar una visita poco amistosa de agentes de la CNI, como de hecho le pasó al Palta Meléndez.
Poseo una grabación de una presentación de “Con La Camiseta Puesta” en un día en que uno de los asistentes era el Almirante José Toribio Merino, y Coco Legrand se despachó el siguiente chiste: “¿Por qué el Almirante no pudo ver el Cometa Halley? Porque agarró los binoculares y se los tomó” (Para los que no tenían uso de razón en esa época, este es un juego de palabras: “Bino” suena como “vino”. El chiste aludía al rumor de alcoholismo de Merino producto de su particular modulación).
También han surgido críticas por su supuesta postura contraria a la política, que habría alimentado el desprecio por esta actividad que se incubó durante la Dictadura. En el reportaje de Fariña se recordaron trozos de su rutina del Festival de Viña del 2010 donde criticaba la corrupción de la clase política. Con una mano en el corazón, ¿mintió?, ¿exageró? En absoluto. Coco Legrand se anticipó en cuatro años lo que estamos viviendo ahora. Que la clase política esté desprestigiada (me pregunto si existe un país en la actualidad en donde tenga prestigio) no es culpa de las rutinas de los comediantes, sino que de sus propios actos erróneos y corruptos. Por último, las rutinas de Coco Legrand nunca alcanzaron el nivel sanguinario de Edo Caroe o León Murillo.
Por otra parte, Legrand ha criticado el excesivo uso de garabatos en las rutinas de los humoristas en los festivales de verano, y en particular por el uso de la palabra “culiar” por parte de León Murillo en Viña. Esto me llama la atención, pues en sus café concert y en sus actuaciones en shows masivos como Viña Coco Legrand no le hace asco a los garabatos, e incluso cuenta chistes de grueso calibre y que tocan temas delicados, como uno acerca de la pedofilia de Michael Jackson en los años 90.
Se le critican otras cosas: su tono fuertemente clasista, en especial cuando hace referencia a los “rotos” en algunas de sus rutinas; su asociación con la resistida Pilar Sordo, que fue la base de su recordada rutina de Viña 2006, quizás la mejor de su carrera, y que le abrió las puertas a la psicóloga al conocimiento público y a una exitosa carrera como escritora y conferencista; y las acusaciones de que sus rutinas estarían excesivamente “inspiradas” en las de comediantes extranjeros como Antonio Gasalla, Luis Landriscina o George Carlin, como si nadie viera rutinas de otros para sacar ideas.
Coco Legrand no está exento de la crítica, y es bueno que sea así. Las vacas sagradas están en la India, y no en Chile. Estas permiten ver las sombras de una trayectoria donde lo que predomina es la luz. Aunque no le guste la denominación, Legrand es con mucha probabilidad el comediante chileno más importante de todos los tiempos. Trascendió rápidamente del “cuentachistes” y se atrevió antes que todos de vestir sus rutinas de una crítica social profunda, reflejando con asertividad a la sociedad chilena y vistiendo con traje de gala al humor nacional. En algún momento se le postuló al Premio Nacional de Arte, y no me parecería para nada absurdo que se lo ganara algún día. Es el verdadero precursor de la comedia stand-up en Chile, pues la trajo tres décadas antes de que se pusiera de moda. Se ha transformado en un referente para muchos de sus colegas, algunos de los cuales lo tratan de “maestro”. Jorge Alís y Edo Caroe han reconocido públicamente que le pidieron consejos antes de sus actuaciones en Viña y Olmué, respectivamente.
Finalmente, es un notable ejemplo de emprendimiento en el mundo artístico. Tal como lo señaló en algunas de sus rutinas, armó su propia productora y construyó su propio teatro para tener control absoluto de su carrera y libertad editorial. A diferencia de la mayoría de los comediantes, Coco Legrand nunca dependió de tener pantalla televisiva para sobrevivir. Participó en algunos programas, como “Por fin es Lunes”, “Mi Coco Querido”, “Maravillozoo”, “De lo Bueno, Coco”, “El día del Coco” y “Ciudad Gótica”, pero siempre negociando en igualdad de condiciones con los canales de televisión. Ese ejemplo es el que ahora siguen otros como Stefan Kramer y Edo Caroe.
Dudo que la paupérrima jubilación que recibe signifique que esté en bancarrota y en la calle. No me imagino a Legrand terminando sus días como Guillermo Bruce, viviendo en una miserable pieza sin energía eléctrica, enfermo, deprimido y dependiendo de eventos a beneficio. Intuyo que Legrand tiene recursos y apoyos suficientes como para tener una vejez tranquila.