«A mí me gusta el reggaetón, como género. No me gustan las canciones del reggaetón, pero es un género poderosísimo, que tiene un enorme poder rítmico para generar baile y sensualidad, que me parece maravilloso. Hay que escribir buenas canciones, cosa que hasta ahora no es muy habitual (..) El reggaetón es un gran género con muy malos compositores. Tenemos que arremangarnos y meternos a escribir en ese género y hacerlo un poquito más interesante (..) Ese patrón rítmico no es nuestro, ni de J Balvin, ni de Maluma, es un ritmo de África, del norte, y es maravilloso. Si no nos gusta algún tipo de canción, escribamos mejores canciones, pero no le echemos la culpa a los géneros. Abramos las brazos, que el mundo ya está bastante dividido como está». Jorge Drexler
Desconcierto y hasta estupefacción en muchos causó el insólito fenómeno que se produjo con las ventas de entradas a los conciertos que el artista urbano boricua Bad Bunny ofrecerá en el Estadio Nacional los próximos 28 y 29 de octubre. Fue capaz de vender el aforo completo del primer recital en dos horas, con precios carísimos, en un país en plena crisis económica y con una fila virtual de casi 800 mil personas. El portorriqueño tuvo que agendar un segundo recital, el que también se vendió rápidamente, y con una fila virtual que sobrepasó el millón de personas, en un fenómeno digno de análisis para expertos en sociología… y también para expertos en informática, pues no se puede descartar la presencia masiva de “bots” entre los asiduos fanáticos del “Conejito Malo”.
¿Tan necesitados quedamos de recitales después de dos años de pandemia? Lo sucedido en el reciente Lollapalooza parece indicarlo. Para muchos, en especial si tenemos sobre 40 años, nos resulta inentendible el éxito de Bad Bunny. Los hechos y números no mienten: es un fenómeno mundial, con puestos altos en rankings, récords de escuchas en streaming, actuaciones en el recién pasado Grammy estadounidense y como invitado junto a J Balvin en el recordado Show de Medio Tiempo del Super Bowl del 2020 de Shakira y Jennifer López. Sin embargo, su estilo musical resulta tan incomprensible para mucha gente de moldes rígidos y tradicionales puede pasar perfectamente como precaria. La mayor parte de las veces no se le entiende lo que canta, y cuando se le entiende algo, son frases con alto contenido sexual que serían motivo de funa inmisericorde para cualquier otra persona que osara recitarlas.
Pero, el “Conejito Malo” queda como Frank Sinatra al lado de otro fenómeno urbano, de alcance local por ahora, y difícil de digerir para estómagos conservadores: Marcianeke. Este músico chileno, sospechosamente similar a su par argentino L-Gante, la está rompiendo con un reggaetón urbano extremadamente básico y poblacional, con una estética que resume los clichés más clichés del género: glorificación de la cultura de la pandilla callejera y hasta narco; ostentación de lujos y armas de fuego; y lenguaje sexista a granel. Su clamoroso éxito en el reciente Lollapalooza comprueba su potencia como fenómeno de masas.
Cuesta hablar de Bad Bunny y Marcianeke sin empezar a sonar como esos «viejos vinagres» que se escandalizaron por los movimientos pélvicos de Elvis Presley en los años 1950; por las pelucas de The Beatles y las fachas de los hippies en los años 1960; con los peinados de los grupos punk y la ambigüedad sexual de la música disco en los años 1970; con el desenfado de las bandas de heavy metal, los maquillajes de Soda Stereo y Fito Páez o la estridencia de los Guns & Roses en los años 1980; etc.
Con el tiempo, muchos de esos grupos criticados en el pasado se han transformado en “clásicos” de la música, y los fans de esos estilos que tuvieron que soportar las quejas de sus padres se terminaron transformando en los “viejos vinagres” que se quejan de los gustos musicales de sus hijos. Ya me imagino a los jóvenes de ahora diciéndoles a sus futuros hijos: “Daddy Yankee, Ozuna, Marcianeke…. esos eran cantantes de verdad, no como las porquerías que escuchan ustedes”.
Un gran ejemplo de esto son las reacciones en torno a las dos visitas del grupo metalero ochentero sueco Europe al Festival de Viña del Mar. La banda de “Carrie” y “The Final Countdown” enfrentó por primera vez al Monstruo en la edición de 1990, causando conmoción por su impacto en la juventud de la época. Recuerdo haber visto a muchos “viejos vinagres” de la época escandalizados y rasgando vestiduras por los pelos largos, blondos y desordenados del vocalista Joey Tempest y sus boys, por la estridencia de su música, por el desenfado de su puesta en escena, por subir fans adolescentes al escenario para bailar con ellas, etc. 28 años después, para la edición del 2018, Europe volvió a la Quinta Vergara, y los mensajes fueron del tipo “por fin traen a un grupo de calidad al Festival, ya estábamos chatos de los reggaetoneros”.
En medio de todo esto, otra artista la está rompiendo en el género urbano, aunque no proviene propiamente de él: Rosalía. A diferencia de Bad Bunny y Marcianeke, cuyos atributos artísticos están permanentemente en entredicho, la artista catalana ya ha dado muestras fehacientes de su calidad musical en sus discos “Los Angeles” y “El Mal Querer”; en las canciones que ha sacado en estos años, ya sea en solitario o en colaboración con otros artistas; y en sus diversas actuaciones en vivo.
A mediados de marzo del 2022, después de una notable campaña de marketing, salió su esperado tercer álbum “Motomami”, un trabajo sumamente experimental, cargado de mezclas musicales audaces, y lleno de escenas rápidas y atractivas que son “carne de Tik-Tok”, es decir, que se prestan fácilmente para generar videos virales para dicha aplicación. Esto ha desorientado a aquellos que esperaban algo que se mantuviera en la línea de su ultra elogiado disco anterior.
Rosalía es la reina máxima del sincretismo musical. Es una experta y estudiosa del flamenco, una artista de verdad con formación académica de élite que está incursionando en el género urbano y le está elevando el nivel artístico, lo está haciendo evolucionar, que era justamente lo que pedía Jorge Drexler. En la última producción se paseó por diversos estilos, desde el trap más industrial hasta el bolero y el flamenco. Tomó diversas influencias, las mezcló como se le dio la regalada gana y a partir de ello creó música desafiante y fascinante. Entre tanta experimentación sonora, se aprecia esa faceta de Rosalía que nos gusta a los más viejotes: la gran cantante que reposicionó al flamenco en la escena musical mundial, la que te deja con el corazón en la mano con su voz y es capaz de llenar un escenario cantando a capella o apoyada apenas por un guitarrista y un coro de palmeros.
Si Dios, el COVID y Putin lo permiten, Bad Bunny se presentará a finales de octubre en el Estadio Nacional. Ya pasó por el Festival de Viña el 2019, con una actuación exitosa en lo mediático pero que dejó muchas dudas en torno a su calidad vocal. Dudo que su status artístico actual haga factible un eventual retorno a Viña. Rosalía tuvo una brillante actuación en el último Lollapalooza previo a la pandemia, y tal como van las cosas se está convirtiendo en una artista difícil de alcanzar para la Quinta Vergara. Sería genial que viniera al Festival, pero no sé si su status artístico y la contingencia económica lo permitirán. Respecto de Marcianeke, su eventual presencia en el evento viñamarino post-pandemia sería un fenómeno digno de observar, casi al nivel de la presentación de Los Prisioneros en 1991, y que generaría un montón de debates interesantes.