La actriz y guionista fue invitada al podcast “Impacto en el Rostro”, donde recordó sus trabajos frente a cámara en “Estúpido Cupido” y “Borrón y Cuenta Nueva”; y repasó su trayectoria como guionista en “16”, “Los Treinta”, “Secretos en el Jardín” y “Juegos de Poder”, entre otras producciones.
Además, recordó a la fallida apuesta “El Secreto de Tamara”, historia de Canal 13 que fue cancelada, con veinte capítulos escritos.
Fuiste parte del elenco de “Estúpido Cupido”, donde interpretaste a Irma, la secretaria del alcalde, personaje de Luis Alarcón. Antes de esta experiencia, ¿tuviste prejuicios con trabajar en televisión?
Obvio que tuve prejuicios, por supuesto. Porque era estudiante de actuación y en la escuela de teatro era como “no, la televisión no”. Independiente de eso, sigo defendiendo que mi mejor medio para moverme es el teatro, desde la actuación y desde la dramaturgia. Es donde me siento más cómoda. Pero una empieza a crecer y de repente, conversando con colegues, me hacían ver que la televisión era solamente una fuente de trabajo más. Y que, ya el hecho de trabajar en ella de la forma que sea, desde la escritura de guiones o desde la actuación, es bacán y “date con una roca en los dientes porque estás trabajando en aquello en lo que estudiaste”.
¿Viste teleseries antes de “Estúpido Cupido? ¿Qué opinión tenías de ellas?
Cuando era chica. Vi “Los Títeres”, “La Madrastra”, “La noche del cobarde”, “Alguien por quien vivir”, “Marta a las 8”. Posiblemente, dejé de ver teleseries cuando entré a la universidad, porque en el horario de ellas yo estaba ensayando o estudiando.
¿Qué recuerdos tienes de “Los Títeres”? Esta teleserie escrita por el dramaturgo Sergio Vodanovic y que es alabada hasta el día de hoy por actores y guionistas…
Era muy buena, la verdad. A mí me alucinaba el juego con el tiempo. Ahí hay una maestría de Sergio Vodanovic en lograr ir para adelante y para atrás en el tiempo. La forma de hacerlo estaba tan bien escrita que no te perdías, para nada. Había un hilo, era súper interesante. Una de las premisas que tenía esa teleserie era el contraste de la promesa de la juventud y lo que termina siendo. Eso me parece que termina siendo súper pertinente a la vida humana. A los 25 crees algo de ti mismo y si te miras después a los 45, 50 años, seguramente no eres ni la sombra de lo que terminaste siendo. Hay mucha decepción de sí mismo, hay vida, hay dolores, hay amores. Eso me parecía súper interesante, estaba como impregnado en los personajes. Además, la trama era muy entretenida, además tenía la sensación de estar viendo en todo momento a seres humanos, y eso hasta el día de hoy me resulta súper necesario al momento de escribir teleseries, es algo a lo que siempre estoy aspirando.
En “Estúpido Cupido” tuviste un bolo con continuidad. ¿Qué recuerdos tienes de esta experiencia?
Ahí, Hugo Morales, gran guionista de esa producción y con quien estoy trabajando la teleserie que estoy escribiendo, me manda de repente unas cápsulas. Era una mozalbeta, con un peinado muy sesentero. Debo reconocer que era súper raro el ambiente, porque yo era muy pollito, chica, y aparte, lo maldito de hacer personajes chicos… Mira, como dice Paul Auster, “los actores siempre quieren actuar”. Entonces, cuando te toca un personaje chico, quedas así con el medio diente. Yo siempre pensaba, “¿qué le pasara a Irma?” Me armaba todo un cuento en la cabeza, “¿qué hace?”, “¿vive sola?”, “¿tiene un canario?”. En esa época si una mujer no estaba casada era vista como una solterona. Me hacía todas esas preguntas. Y, básicamente, mi personaje decía “buenas tardes, señor alcalde”. Pero yo venía con toda una historia. “¡Y aquí está su café, señor alcalde!” Yo quedaba medio frustrada. Es muy difícil hacer un personaje que tiene poco texto. Pero fue buena experiencia porque me quedaba mirando como trabajaba el Lucho (Alarcón). Y en esa teleserie también tuve el gusto de ver a Silvia Piñeiro. Habrá tenido ya sus grandes años, 80 o más, entonces cuando te toca grabar en televisión estás mucho rato esperando. Recuerdo haberla visto como una muñequita de trapo, sentada en una silla como una especie de capullito chico, latente, chiquitita, menudita y flaquita. Y cuando le dijeron “Silvita, vamos a actuar”, recuerdo que ella se levanta el doble de tamaño, con una fuerza, con una energía, que a mí eso me alucinó. Como la posibilidad de actuar la levanta y… ahí con los textos, muy clara con la escena. Listo, “corte, se termina la escena”, y volvía a sentarse como una viejita enclenque. Y eso me pareció super alucinante de ver. Y eso era bonito.
Otra de tus experiencias frente a cámara fue en “Borrón y cuenta nueva”, en donde interpretaste a Carla, una veterinaria que tenía amores con un mudo, interpretado por Iñigo Urrutia…
Era bacán, porque tenía historia de amor. Con dos personajes, primero con Apolo (Alberto Zeiss) que yo lo amaba, y con el Moncho (Urrutia) que estaba enamorado en silencio de mí, literalmente, porque era mudo. Y lo pasaba súper bien. Yo conocía al “Perno”, Gonzalo Muñoz, actor de la teleserie, desde mucho antes, desde el teatro. Fue bonito encontrarnos en esa teleserie. Ahí tenía buenas escenas, ese fue mi desquite de “Estúpido Cupido”. En el set de la veterinaria lo pasaba súper bien, porque aparte con el Iñigo nos llevábamos muy bien. Eso es súper importante, llevarte bien con ese personaje partner que sueles tener tantas escenas a lo largo de toda la teleserie. Había mucha química con el Iñigo, nos reíamos mucho, tanto dentro como fuera de escena. Lo pasé super bien.
¿Sentiste el reconocimiento de las personas en la calle?
¡Sí, fue tremendo! Ahí me di cuenta de que no tenía pasta de famosa. Me parecía super raro, me sentía incomoda. Capaz que, si hubiese seguido actuando en varias teleseries más, quizás me habría acostumbrado, lo habría tomado con otra normalidad. Esto de que hay alguien que tú no conoces te reconozca en la calle y se acerque a ti como si te conociera es súper raro.
¿Fue ingrato?
Sí, además yo soy tímida. Además, se dio en esa teleserie que actuábamos, no juntos, pero si estábamos en el mismo elenco, junto a Sebastián Vila, Lucas en la teleserie, que era mi pareja de entonces. A veces, íbamos en la calle y se escuchaba… “¡la Carla y el Lucas!”, que eran el nombre de nuestros personajes de ficción, y eso era súper raro, porque, aparte, nos caíamos mal en la ficción, entonces la gente gritaba ¡están juntos! Y eso era súper chistoso.
¿Te gustó el personaje?
Sí, me encantaba. Es muy frívolo lo que voy a decir. Pero me gustaba mucho el personaje desde el punto de vista del vestuario. Me gustaba que tuviera una impronta rupturista. Y eso me ayudó mucho para elaborarlo. No fue una elaboración tan consciente, no fue tan racional de decir “el personaje es así y es asá”, sino que leía los textos, había visto el look que se había pensado y el resto solo fue darle nomás. Desde el instinto, desde la inteligencia del texto. Me gustaba como se vinculaba, era súper claro desde la escritura. Se vinculaba con el perno, de una forma de maltrato y de amor súper chistosa, y se vinculaba muy distinto con el Iñigo Urrutia. Ahí estaba aplicando, de una forma súper intuitiva, sin saber que ya lo sabía, que es algo fundamental en la actuación, que una se relaciona de manera única y particular con “x”, con “y”, con “z”. Estaba muy bien escrito el personaje de Carla, porque se vinculaba de forma muy clara, muy distinta con distintos personajes de la teleserie.
Luego de “Borrón y cuenta nueva” vuelves a la televisión como parte del equipo de guionistas de “16”, la teleserie que abrió un nuevo horario para las audiencias más jóvenes. ¿Sientes que hoy la teleserie sería una representación de los estudiantes?
Yo creo que no. Me encanta “16”, me fascina lo que escribimos. Pero creo que le estábamos hablando a les jóvenes de esos años. Claro, les secundarios de ahora no tienen nada que ver. Son de una fuerza que a mí me sobrecoge, o sea, fuera de joda, creo que sería súper interesante abordar desde la ficción televisiva, a esa generación. “El Reemplazante” se acerca bastante más a estos jóvenes de hoy. Logra capturar a esta juventud que está diciendo “no, este sistema no va más”. Logra capturas mucho mejor que lo que capturamos nosotros. Entendiendo también que una serie tiene leyes distintas a una teleserie. “El Reemplazante” está dialogando mucho más cercanamente con la realidad. Nosotros no estábamos dialogando con la realidad, en ese entonces. Estaba lo esencial de esa edad, que tiene que ver con esa cosa tan rotunda que son los amores adolescentes, que son blancos o negros, son extremos. Estaba la rebeldía con la autoridad, estaba ese sentirse muy raro, a pesar de estar entre tus pares. Pero eso no tiene nada que ver con les secundarios que vemos ahora, que fueron capaces de saltarse los torniquetes. Y que tienen una capacidad de organización brutal, súper admirable también.
¿Cuál era el punto alto de “16”?
A mí me tocó la suerte, que me ha tocado en general, de contar con muy buenos y buenas actrices y actores, interpretando aquello que yo he escrito, y eso resulta súper iluminador. Entonces, me acuerdo de que en “16” estaba la trama de Ariela (Paola Giannini), la Canela (Isabel Ruiz) y Álvaro (Mauricio Inzunza), que era un triángulo amoroso, de dos visiones de lo femenino muy distintas y esas actrices y ese actor, me resultaba súper estimulantes para escribir. Y los gemelos, interpretados por Matías Oviedo y Fernanda Urrejola, esa dinámica que tenían me parecía muy delirante, muy chistosa.
“16 y “17” fueron apuestas realizadas antes del boom de las tribus urbanas…
Tienes razón. No estaba instalado de manera tan radical el look. En “17” hay un pequeño guiño con el personaje de el cuervo. Ahí comienza una pequeña mirada a lo más disidente.
En “17”, Nicolás Paredes, interpretado por Christian Pérez, era presentado como un joven violento producto del consumo de marihuana. ¿Por qué decidieron darles estas características? ¿Era la visión que tenían como escritores?
De alguna manera él tenía que encargar lo negativo de alguien que consume drogas. En ese minuto la mirada de la televisión era súper gruesa, por así decirlo, porque no se había instalado la discusión que se instaló ahora con respecto a la marihuana. Yo nunca he tenido prejuicio. De hecho, al trabajar en un canal no prima la visión propia. Es una visión que debes tener con les directores o producción, o con esferas superiores, de qué línea editorial se quiere trabajar. Y claro, TVN siendo el canal de gobierno, siempre tenía muy presente esta misión, que no se fuera a pensar que el canal pudiera estar propiciando a la juventud el consumo de drogas. En ese sentido, las series vienen de producciones más independientes, entonces, la mirada es más diversa. Pero en el caso de las teleseries, como tienen esa impronta de llegar a la mayor cantidad de público posible, necesitan no tocar temas de manera muy punzantes, porque vas a dejar una gran parte de tu espectro, que son tu audiencia, fuera. Y ahí deja de ser negocio. Así se ha pensado la televisión hasta ahora. Yo creo que a partir del 18 de octubre algo tiene que empezar a cambiar.
Fuiste parte de teleseries nocturnas como “Los Treinta”, “Disparejas” y “40 y tantos”, historias corales que presentaban grupos de parejas heterosexuales. ¿Crees que es una deuda la falta de diversidad en la ficción?
Creo que urge, sobre todo cuando tenemos al bus del odio que amenaza con pasar por las calles de Santiago y Valparaíso. Ahora más que nunca debemos instalar el discurso de que somos personas. Punto. No hay una sola forma de relacionarnos desde el punto de vista sexo afectivo. ¡Ya basta! Lo binario no se va a acabar. Me encantaría ver en la ficción distintas formas de amarnos. Creo que es súper necesario. Lo bueno es que se ha instalado una discusión al respecto muy necesaria, muy rápida, en muy poco tiempo. Entonces, si miramos lo que se hizo en “Los Treinta”, resulta un poco feroz. ¿Feroz en qué sentido? En que no existe la posibilidad que el homosexual simplemente sea una persona. Es como que lo marca. Es como si me marcara ser heterosexual. Y yo siento que a mí no me marca. Pero en ese minuto, la mirada que había sobre la homosexualidad estaba súper adscrita a un prototipo. “Que alguien es así, que se mueve de esta forma, que es asá”. Entonces, puede haber sido la forma de instalar el tema, pero como la discusión de instaló rápidamente, por suerte, ya te quedas súper corto con esa mirada.
“Secretos en el Jardín” fue una nocturna muy bien valorada por la crítica. ¿Sientes que fue una buena historia?
Están perdiendo un gran negocio en Canal 13, aprovecho de decirles que, por favor, saquen una edición y véndanla. ¡Es una gran teleserie, es buenísima! Se dice que dialoga mucho con el Chile de ese entonces, sí. Pero creo que tiene la cualidad de que está tan bien escrita, lo digo de cerca y con mucho orgullo, es muy entretenida. Y sepas de la historia de Chile, sepas que estábamos en dictadura o no, la teleserie funciona desde una autonomía de la ficción inapelable. Fue súper gozosa escribir esa teleserie. Conllevó un periodo de investigación. Y es súper interesante porque investigamos desde lo periodístico, pero los guionistas que escribíamos, tres de nosotros, teníamos diez u once años. Entonces, teníamos esos fantasmas de la infancia de haber escuchado a los psicópatas de Viña, sobre el fusilamiento, que esto, que lo otro. Había un conocimiento vital del tema. Destaco mucho que fue una producción súper fiel a la época, desde el punto de vista estético. El arte de esa teleserie era súper afín a la época.
Con un presupuesto parecido al de otras teleseries, sin ser especialmente alto…
No creo. Claro, y ahí funcionaba muy bien. Echábamos una talla con respecto a eso, como que Viña tiene una estética ochentera.
¿Estuviste considerada en el equipo de guionistas de “El secreto de Tamara”, la nocturna que seguía luego de “Secretos en el Jardín” en Canal 13 y que terminó siendo cancelada?
Sí, escribimos hasta el capítulo 20. Era súper linda. Quien dirigía el equipo era Nona Fernández. Nos habían encargado que fuera una historia de venganza, y buscamos un mundo en que se mueva esto. Creo que fue idea de la Nona, que ella lo propuso, que era inspirado un poco en esta cosa en lo japonés, en el kung fu, en el arte marcial, el manga japonés, que son esas historias muy radicales, tipo Kill bill, tipo… “voy a buscarte, voy a dar contigo, me demore lo que me demore, pero lo voy a hacer y te voy a cortar en ocho pedazos con un sable”. Tenía ese espíritu esa teleserie. Y era súper interesante, súper entretenida de escribir. Fue súper decepcionante no escribirla. En Canal 13 no fueron muy claros, nunca, para darnos una razón concreta. Yo creo que había decisiones de más arriba de quien lideraba el área. Yo estaba en desacuerdo. Pero yo soy una cucharita que no corta ni pincha. Había otros problemas, también. Ahí es difícil cuando con la persona que estás dialogando te dice, “no, la historia tiene que ir para allá”. Y tú le dices, “sorry, que la veo que va para este otro lado”. Entonces, si hay un equipo de guionistas, dennos por lo menos el espacio y la licencia para contar la historia que sabemos y que podemos contar. O si no, ¿para que tienes ese equipo de guionistas? Es como decir, mira, quiero que escribas esta historia, pero quiero que la escribas como yo quiero que la escribas. Y no es una cosa de egos, es sólo que es muy difícil imaginarse algo que no te imaginas. Ver un mundo que no lo ves. “Sorry, es que veo la historia de otra forma”. Y ahí hubo cambios, sacaron unas personas y pusieron otras, y estas personas que llegaron dijeron que esta historia tenía que ser asá. Y ahí es super difícil de trabajar, cuando no hay un respeto por la labor de quienes escribimos las historias. Cuando hay muchas personas opinando, comienza a ser un mamarracho. Nunca vio la luz ese proyecto, cosa que me parece súper lamentable, porque creo que era un súper buen proyecto. Yo creo que hay que dejar a los guionistas expresar el imaginario que tenemos.
Estuviste en “Juegos de Poder”, la teleserie liderada por el guionista Luis Ponce. ¿Estuviste desde un comienzo considerada para este proyecto?
Me metí en el capítulo sesenta. Tuve que leer todo en una semana. Lo bueno de eso es que hice como un concentrado de la teleserie y tomaba apuntes de ideas que me surgían, interrogantes. Y cuando me metí a escribir en el capítulo 61, ya estaba súper a caballo con la historia. Me metí de una manera muy fluida, el equipo fue súper buena onda. A mí lo que me llamó mucho la atención de esa teleserie es que siento que tenía una óptica que no había visto comúnmente en teleseries, y era la óptica masculina. Siento que estaba todo visto desde una óptica de… el presidente, el sobrino hijo del presidente, que era bien psicópata, la víctima que había fallecido era un joven, el hijo del presidente era el que había atropellado, el fiscal, el héroe, era hombre. Me parecía que era súper raro, porque siempre había escrito historias más equilibradas en los poderes de la acción, entre hombres y mujeres. Aquí no, estaba todo en el lado de la cancha de los hombres, por así decirlo. Y lo que más me parecía interesante y entretenido de escribir era que en un minuto el poder, que era un poco la premisa de la teleserie, te puede llevar a lugares súper insospechados, de correr todos los límites. Eso me parecía súper interesante, la posibilidad de escribir una historia en que el personaje estaba tan enceguecido por el poder…que tú decías “este personaje puede hacer casi cualquier cosa”. Se te vuelva la cabeza, porque ha trasgredido tantos límites. Es un poco como los protagonistas de las tragedias shakesperianas, que tú dices… “listo, lo perdimos, puede hacer lo que sea, matar es poco”. Eso me aprecia súper entretenido de escribir, de imaginar.
Luego de un año complejo para las áreas dramáticas. ¿Cuáles son los desafíos para las siguientes teleseries?
Yo sigo pensando que las teleseries son productos bien esenciales para los canales. Y no lo digo por una fidelidad al gremio. Es un desafío, desde los contenidos, instalar un punto de vista más humano, más verosímil, sobre las distintas formas de amor. Cuestionar un poco por qué se repite tanto el esquema clásico de que el hombre es el que salva la situación, por ejemplo, cuando, con todo cariño, en la realidad no es así. Yo no le pido a mi pareja que salve la situación. Miremos cómo es la realidad, en Chile, sobre todo. En las familias homoparentales, son las madres las que están llevando a cabo la crianza la educación de los hijos. Entonces, está bueno comenzar a instalar otras formas de contar las historias. Desde una miraba feminista, que busque la inclusión, que busque que todos avancemos a una sociedad más justa, que es una mirada más horizontal, en ese sentido me resulta mucho más interesante. En Netflix hay muchas historias feministas y son muy entretenidas. Es contar la historia que, históricamente se ha contado de la mirada del patriarcado, ahora desde la mujer y funciona súper bien. Hay un esquema que se empieza a agotar, el esquema clásico.
Actualmente, ¿en qué proyecto estás en Mega?
Uno para las 15:00 horas. Y eso me ha llevado a pensar que el melodrama surge como forma de ficción en el 1700, como género, independiente que en el siglo XX llega a la televisión, pero el melodrama es intrínsecamente patriarcal, la mujer es media inútil, manito en la frente, sálvame, y el hombre llega a rescatar. Entonces a mí eso me ha llevado a preguntar, “¿cómo podríamos contar un melodrama que no fuese así?” No aspiro a contar un melodrama feminista, pero sí que los roles estén un poquito más equiparados. Hemos intentado escribir una historia entretenida, que dialogue con el Chile que estamos viviendo, y con el Chile que ha sido. Entendiendo, insisto, que la teleserie tiene una impronta, que es una ficción entretenida. No es una plataforma de discurso. Considerando el horario, sí, estamos siempre buscando la forma de contar una historia de contenido humano, es dramática en ese sentido, no es trágica ni cómica, no es un thriller, es una teleserie dramática, en donde el factor humano es súper central en la historia.