El viernes 9 de Agosto pasado, el matinal “Bienvenidos” de Canal 13 invitó a un grupo de militantes del Movimiento Social Patriota para hablar de la marcha anti-inmigrantes que pretenden hacer este fin de semana. Al día siguiente, en el suplemento Tendencias de La Tercera el periodista Carlos Matías Pérez hizo un reportaje en donde se planteó la supuesta “batalla” entre los antivacunas y la comunidad científica. En ambos casos, los medios fueron fuertemente criticados por darles cobertura y visibilidad mediática a los difusores de ideas consideradas “indeseables” y “peligrosas”.
Creo que resulta inevitable que gente con ideas “indeseables” y “peligrosas” en el ámbito científico como los terraplanistas y los antivacunas, y en el ámbito político como los neonazis, pinochetistas o marxistas extremos tengan cobertura en los medios masivos. Dichos grupos tienen acceso libre a difundir masivamente sus ideas a través de redes sociales, YouTube (aunque ya han empezado a surgir barreras importantes, como la eliminación de ciertos contenidos), Podcasts, etc., y si los medios tradicionales se interesaron en cubrirlos, es porque han logrado una repercusión e influencia relevantes. Es más o menos lo que pasó con los cantantes de Rock & Roll en la década de los 50 del siglo XX como Elvis Presley, Little Richard y Jerry Lee Lewis: en un principio fueron duramente criticados por “degenerados” y “obscenos”; hubo gente de la radio y la TV de la época que juró y rejuró que nunca los invitarían a sus programas, pero al final tuvieron que llevarlos igual porque su impacto mediático era tan fuerte que ya no podían hacerse los giles con ellos. Los medios tradicionales (más aún en épocas de crisis como la actual) van a cubrir los temas que les permitan ganar atención y aumentar su audiencia, y contra eso no hay nada que hacer.
En el caso de los “antivacunas”, concuerdo que difícilmente podría haber “debate” en un entorno académico serio y riguroso, en donde el peso de los argumentos lo fuera todo. Su único “respaldo” es un pinche paper que además fue defenestrado hace mucho rato, y el resto es pura especulación delirante. Les pasaría lo mismo que al charlatán del robot «Arturito», que tuvo la poco feliz idea de ir a mostrar su “invento” a la Casa Central de la Universidad Santa María, lo que equivale a tratar de venderle un computador de cartón a Bill Gates: los académicos y estudiantes de ciencias e ingeniería no le compraron el discurso y se lo terminaron devorando con zapatos. Sin embargo, las redes sociales y los medios tradicionales son totalmente diferentes a los ambientes académicos. Es un público con vacíos educacionales, culturales (en Chile el 60% de la gente cree en el “mal de ojo”) y, sobretodo emocionales importantes, para el cual los argumentos tienen incluso menos peso que la forma en que se ve en cámara, la seguridad que demuestra al plantear sus ideas y la capacidad de empatizar con sus anhelos y temores. Un personaje que sostiene un discurso basado en ideas estúpidas e incluso peligrosas pero que sabe manejarse muy bien ante los medios puede perfectamente salir ganador en una discusión con otro con todos los argumentos y la razón de su lado pero con deficiencias en el manejo mediático. Los grupos anti-inmigrantes lograron empatizar con los temores de una porción importante de la gente en torno a la inmigración (la mayor parte de los cuales se basan en fake news o leyendas urbanas) para ganar repercusión. Y no se equivocan tanto, pues es exactamente lo que hicieron Donald Trump y Jair Bolsonaro para llegar al poder en sus países.
Dado esto, ¿acaso hay que prohibirles el acceso a los medios? Creo que no. Aparte de ser poco viable en estos tiempos, me parece una solución fácil y cobarde para aquellos que no se atreven a debatir con estos grupos en los medios tradicionales, ya sea por simple pereza, por orgullo (no quieren discutir con gente que “no está a su altura” en términos de títulos, estudios o trayectoria) o temor al ridículo (conscientemente o no evitan exponerse a que estos “outsiders” los superen o hagan ver mal ante la gran masa. Al respecto, el caso de Jorge Baradit y los anticuerpos que provoca en muchos historiadores “profesionales” resulta sumamente ilustrativo). Y además, resulta peligroso. ¿Quién establece cuáles son las ideas “indeseables” y “peligrosas” que no tienen derecho a ser promovidas? En algunos casos resulta evidente, como en el de los antivacunas o en los partidarios de legalizar la pedofilia, pero en otros eso no resulta tan claro. De hecho, muchas ideas que ahora nos parecen de los más normales e incluso obvias hace algunos años entraban en la categoría de “indeseables” y “peligrosas”, y viceversa. Hasta hace no mucho, la sola idea de plantear la existencia de casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes católicos y una cultura de encubrimiento de parte de la Iglesia Católica resultaba inaceptable, y el que osara hacerlo lo pagaba muy caro (como de hecho le pasó a la cantante irlandesa Sinead O’Connor). Ahora es un hecho probado y establecido del cual casi nadie duda; hasta los años 80 y 90 se toleraba la existencia de gente que manifestaba sin complejos ser partidaria del gobierno de Augusto Pinochet. Ahora muchos consideran que esa conducta debería ser criminalizada; durante el gobierno militar se hizo una cruenta demonización de conceptos como “comunista” y “marxista leninista”, que se usaban como insultos, y el que pretendiera reivindicar públicamente esas ideologías tenía que prepararse para lo peor. Ahora la gente se puede declarar comunista y marxista sin temor a represalias. La línea que delimita las ideas “indeseables” y “peligrosas” de otras válidas pero «incomprendidas» o «adelantadas a su tiempo» no siempre es clara. No vaya a ser cosa que, por protegernos de las ideas “estúpidas”, terminemos censurando otras valiosas. Patente está el caso de Pedro Grez, que en un comienzo fue ninguneado de manera soberbia por el presidente del Colegio de Nutricionistas, quien nunca accedió a debatir directamente con él. La vez que Grez debatió con una nutricionista profesional en el matinal de TVN le dio un verdadero “paseo” tanto en lo mediático como en lo argumentativo. Ahora Grez sigue promoviendo su dieta «mediterránea modificada», y no veo a la comunidad de nutricionistas atacándolo sin piedad.
Nos guste o no, las grandes peleas ideológicas de estos tiempos no se libran en las academias ni en los centros intelectuales, sino que en los medios masivos, ya sea TV abierta, prensa escrita, redes sociales, foros, You Tube, etc. Es una pelea que la elite cultural (científica y humanista) está obligada a dar. Negarse a discutir con los charlatanes, por el motivo que sea, es regalarles la victoria sin pelear y dejarles el campo abierto para que hablen a sus anchas. Y buscar censurarlos, aparte de ser una muestra de soberbia intelectual, les da el pretexto perfecto para asumir un conveniente rol de “víctimas” y “perseguidos” que les puede redituar en términos mediáticos.
En la cancha de los medios los argumentos, por muy sólidos y contundentes que sean, no bastan por sí solos para prevalecer. Entran a tallar habilidades de comunicación y empatía en donde los charlatanes suelen llevar gran ventaja. Aparte de mantener la solidez argumental (y evitar caer en errores e imprecisiones que pudieran ser aprovechados por el otro bando), se requiere aprender a moverse en aspectos en donde la elite cultural ha sido históricamente débil: el manejo en los medios, lidiar con las emociones, comunicar ideas en forma entendible para cualquiera, y, en especial, empatizar con las personas. Esto implica el difícil ejercicio de tragarse el ego, bajarse del pedestal, olvidarse de eso que “explicar es rebajarse” y hacerse expertos en el arte de explicar contenidos complejos en formato “simple y para toda la familia”. Lo bueno es que ya hay gente que está entendiendo bien esto, como el Doctor José Maza, Gabriel León, Federico Sánchez y los youtubers de divulgación cultural, que se han atrevido a acercar el conocimiento a las grandes masas.
El peor error que se puede cometer con un charlatán es subestimarlo, creer que por sostener las ideas que sostiene y por no tener títulos ni estudios que lo avalen es poco menos que un imbécil tan fácil de derrotar que ni vale la pena discutir con él. Los charlatanes están lejos de ser estúpidos, y por lo general son muy hábiles y astutos en términos comunicacionales. Al charlatán hay que mirarlo como un rival respetable y potencialmente formidable, y no se le derrota censurándolo ni persiguiéndolo, sino que confrontándolo y poniéndolo en evidencia, tanto en lo argumental como en lo mediático.
En ese sentido, me parece bien que “Bienvenidos” les diera tribuna a los anti-inmigrantes y La Tercera cubriera en forma imparcial a los científicos y los antivacunas, pues los obliga a salir a la cancha y mostrar sus fundamentos. Ahora, la elite cultural tiene la palabra: les entregan los medios masivos en bandeja o se deciden a confrontarlos de verdad.