Crónica de una decadencia anunciada. Marlen Olivarí hace rato que dejó de ser la gran “diva” de Chile. Ahora hace más noticia por polémicas y tongos mal hechos que por su labor “artística”. Terminó siendo la versión chilena de la Britney Spears post-divorcio. A estas alturas, causa más pena que excitación. Es apenas un remedo de la morena espectacular que destacó en «Morandé con Compañía». ¿Cómo llegó a esto?
Hay dos cosas que me han llamado la atención de “Fiebre de Baile”. Una, la manifiesta superioridad de Blanquita Nieves y Maura Rivera por sobre el resto de los competidores; y la otra, el decepcionante desempeño de Marlen Olivarí. Tratándose de la supuesta “primera show-woman de Chile”, el haber quedado fuera antes de tiempo es un pésimo resultado. De ser cierta esta fama, la Olivarí debiera estar compitiendo palmo a palmo con la ex-partner de la Porotito Verde y la ex-bailarina de Rojo.
Su mente parecía estar en otro lado. El quiebre de su relación le afectó. Se habla de que no ha superado una supuesta adicción a las drogas (al respecto, las caras y actitudes extrañas que puso en su última participación en el estelar de Chilevisión, y la voz traposa con que apareció en “Un Golpe de Lucho” dan para pensar).
No es difícil establecer el inicio de su declive: cuando tuvo la mala idea de enamorarse y casarse con Roberto Dueñas. Me acuerdo de la parafernálica ceremonia religiosa, transmitida por Mega y oficiada por el jefe de los Legionarios de Cristo. Desde ese momento, su carrera tomó un rumbo sumamente errático. Aún recuerdo el patético tongo que protagonizó en Viña 2007, donde lloró en una conferencia de prensa del jurado internacional por el quiebre de su matrimonio, y luego hizo esfuerzos para ganar el título de reina con rutinas dignas de un café con piernas. Luego de su separación, cayó en un pozo del cual le ha costado salirse.
Anda con la brújula perdida. Me recuerda a la Britney Spears decadente posterior a su divorcio. Y al igual que ella, tiene que apelar a recursos como el del “piquito lésbico” que se dio con Rocío Marengo. Y más encima, ahora se va a juntar con otra “diva”: Pamela Díaz, a la que promete también darle su calugazo.
Considero que Marlen fue agrandada por los medios. Si uno lo analiza objetivamente, el traje de “show-woman” le queda como poncho. Para mi gusto, la última artista que mereció esa denominación en Chile es Maitén Montenegro. La fundadora del Jappening con Ja claramente no tiene la “cuerada” de Marlen, pero en lo artístico la comparación resulta hasta cruel a favor de ella:
– Maitén canta y muy bien, mientras Marlen no canta.
– Maitén toca algunos instrumentos (la recuerdo tocando batería en un festival de Viña), mientras que la Olivarí no toca ninguno que yo sepa.
– Maitén bailaba muy bien, mientras que Marlen quedó en deuda con la danza en “Fiebre de Baile”
– Maitén es una comediante talentosa, creadora de personajes memorables (Susana Cecilia, Walkiria) y capaz de sostener un espectáculo por sí misma, mientras que Marlen sólo ha funcionado en la comedia como partner de Ernesto Belloni.
Con esto, creo que el mote de “show-woman” resulta desproporcionado. Marlen no es ni la uña encarnada de la gran Maitén Montenegro. Ser show-woman es bastante más que vestirse con bikini, poner cara de insaciable y bailar el “tiritón”. Lo de la morena viñamarina califica más para vedette que para una mujer – espectáculo.
¿Qué será de Marlen? Por de pronto, tiene muy complicada la tarea de volver al lugar de privilegio que tuvo antes de su infausto casorio. Tiene demasiadas contendoras fuertes para el trono de la gran “diva” de la farándula: a las mencionadas Blanquita y Maura, hay que agregar a la Coté Lopez y a Kenita Larraín, quienes se han “destacado” a nivel internacional.
Una última reflexión: ¡Qué devaluado está el término “diva” en Chile! Antes ese apelativo estaba reservado para gente como Rosita Serrano (cantante chilena de comienzos del siglo pasado, que hizo carrera en Alemania durante la 2º Guerra Mundial), Silvia Piñeiro, Malú Gatica y Ana González, todas verdaderas bestias del canto o la actuación. De ese tipo de DIVAS con mayúscula no queda ninguna. Apenas se podría hablar hoy de Cecilia Bolocco (por su condición de Miss Universo) y Raquel Argandoña (por su notable persistencia en el medio, aunque no es santa de mi devoción). Ahora a cualquiera la llaman “diva”. Basta ponerse poca ropa, hacer una que otra polémica, dejar escapar una pechuga y listo. Así estamos no más.