Tal como en su época de panelista de medios, la Doctora María Luisa Cordero se ha hecho notar en su nuevo rol como diputada de la República. Sus maliciosas alusiones a la Senadora Fabiola Campillai causaron escozor y reactivaron el debate acerca de los efectos de la farandulización de la política.
La inefable Dra. María Luisa Cordero ha vuelto a las andadas, ahora en su rol como Diputada de la República. Ha llevado al congreso su incontinencia verbal, sus comentarios con menos filtro que habano cubano, su carencia de tino y su falta de timing que fueron “marca registrada” de su carrera mediática, y que la transformaron en coleccionista de polémicas y le significaron perder pantalla en más de una ocasión.
La última destinataria de la lengua viperina de la psiquiatra fue la Senadora Fabiola Campillai, emblemática víctima de la violencia policial durante el Estallido Social. La Diputada Cordero cuestionó la ceguera de Campillai, lo cual provocó un repudio transversal y prácticamente unánime. Ni la UDi ni RN (partido a cuya bancada pertenece) le prestaron ropa. Solamente la bancaron algunos colegas del Partido Republicano, los inefables Gonzalo De La Carrera y Johannes Kaiser.
Y es que el diagnóstico de ceguera, además de la pérdida del gusto y del olfato, de la Senadora Campillai, están plenamente establecidos y documentados. La Senadora, entonces una humilde trabajadora de Carozzi que no participaba de las protestas y que esperaba tomar transporte hacia su lugar de trabajo, fue impactada de lleno por una bomba lacrimógena lanzada por el Carabinero Patricio Maturana. De acuerdo a diversas fuentes periodísticas, el impacto, provocó el estallido de sus dos globos oculares, un traumatismo craneoencefálico, y fracturas de huesos de cara y cráneo que llevaron a dejarla en coma inducido y siendo sometida a tres operaciones en los meses posteriores al hecho.
El problema de la Doctora Cordero no es que no sepa de medicina o sea incompetente en su profesión. Sus años de ejercicio profesional le han permitido desarrollar la expertise suficiente para realizar algunos diagnósticos certeros sin necesidad de auscultar, y basados en la observación. Lo pueden atestiguar los ministros Nicolás Grau y Marco Antonio Ávila, y el periodista y rostro del canal Vive Felipe “Chelipe” Cárdenas.
Su problema es su incontinencia verbal, su tendencia a hacer diagnósticos a gente que no se los pidió y, sobre todo, a través de los medios masivos, sin respetar el sagrado derecho a la privacidad del paciente. Además, va a necesitar mucho más respaldo que su entrenado “ojo clínico” para defender sus dichos frente a las opiniones de los médicos que atendieron a Fabiola Campillai y los peritos que participaron en la investigación de su caso. En caso de que la demanden, sin dudas que la va a tener muy difícil.
Si bien es independiente y está adscrita a la bancada de diputados de Renovación Nacional, en los hechos la diputada Cordero está alineada con la derecha más extrema, populista y freak. Es parte de lo que podríamos llamar “la bancada troll”, compuesta además por los diputados del Partido Republicano, Gloria Naveillán, Pamela Jiles (a la que hace rato no le compro que sea «de izquierda”) y el “Sheriff” Gaspar Rivas. De ser opositora a Pinochet en los años 80, pasó a ser “amigui” de los que le prenden velas y rinden pleitesía al Dictador. Más de alguno pensará que su notorio parecido con la difunta viuda de Pinochet Lucía Hiriart es más que una coincidencia.
La Doctora representa en los medios, y ahora en el congreso, a un sector no despreciable de la población, de mentalidad conservadora, reacia a los cambios, al que le cuesta considerar otras perspectivas y que se muestra intolerante hasta burlesco con los que se salen de su libreto. No deja de ser paradójico que sus últimos grandes “partners” o “bandejeros” en TV fueran Julio César Rodríguez y Eduardo Fuentes, dos rostros cuya imagen está fuertemente ligada al progresismo.
Las andanzas de la diputada Cordero atizaron el cuestionamiento a la invasión de la política por parte de la farándula, no solamente en cuanto a rostros, sino que en cuanto a formas de proceder. Tal como señaló asertivamente Daniel Matamala, el cortoplacismo y la necesidad de votos han llevado a los partidos a proponer como candidatos a personajes mediáticamente conocidos. Ello ha instalado en puestos de elección popular a personajes en algunos casos claramente incapacitados para el puesto, que hacen más noticia por sus polémicas que por sus aportes, y que al final solamente generan ruido y aportan poco y nada a una discusión de verdad.
Hay algunos que han logrado demostrar capacidad y competencia en su labor, como el Alcalde de Conchalí y ex ícono kitsch René De La Vega. Sin embargo, los casos de tipos “jugosos” son la mayoría: Kathy Barriga, Pamela Jiles, Florcita Motuda, Maite Orsini (que hace más noticia por su vida sentimental que por su gestión legislativa), Andrés Longton, Johannes Kaiser, Gonzalo De La Carrera y ahora la Doctora Cordero. La falta de credibilidad en la clase política y su tardía respuesta a los problemas nacionales hace que el electorado les dé opciones a estos personajes, lo que redunda en que la actividad política se degrade progresivamente, transformándose en un circo farandulero.
Más allá de concordar o no con su opinión, creo que la Doctora tiene preparación intelectual de sobra para ser un real aporte en su labor legislativa. Sin embargo, y tal como le sucedió en la TV, su incontinencia verbal y carencia de tino y timing la transforman en una vulgar “troll”, una provocadora sin sentido, en alguien que solamente hace ruido y aporta poco y nada.