La semana pasada nos invitaron a ver esta película. Fue mi primera función de prensa en la vida, por lo que parecía huaso recién llegado a Santiago; seguramente también lo parecía cuando llegué hace ya-no-tan pocos años a la capital, pero eso es harina de otro costal. La función fue tempranísimo y llegué al filo de la hora, pero la película se atrasó y al final me tocó esperar largos minutos en los que pensaba cuánto tiempo más pude haber dormido. Lo cierto es que, en cualquier caso, no perderme un sólo segundo de la película es todo un triunfo para mí. No me levanto así de temprano ni para ir a clases.
Bahía Azul es una película chilena. Me gustan las películas chilenas, pese a todo. No me gustan porque sean particularmente buenas, novedosas, impresionantes; tampoco me gustan porque sean chilenas y yo un patriota insoportable, ni mucho menos; me gustan porque nos hablan a nosotros mismos. En su artesanalidad -si se me permite un término así de inventado- las películas chilenas no han rehuido todavía al sujeto local, a nuestra sociedad. Hace un par de meses, en el SANFIC, me tocó ver una película mexicana -cuyo nombre no diré para no ofender a nadie (cofcoflaúltimamuertecofcof)- que nada tenía de mexicano. La verdad es que fue una experiencia frustrante porque era ciencia ficción -un género que me encanta- pero parecía una película gringa cualquiera doblada al español. Inclusive el mismo director estaba presente en la sala y en la ronda de preguntas asumió que, en términos muy burdos, no estaba interesado en la realidad de su país, más bien lo agotaba; por lo mismo, él huía de su realidad para inventarse una que era, en el fondo, un sucedáneo de elementos que podían representar muchas sociedades, por lo que al final terminaban representando ninguna.
Entonces, ¿qué tiene que ver todo esto con Bahía Azul? Nada, pero a la vez todo. La película no es precisamente un ensayo de crítica social, pero tampoco escapa de ello. No es una película con personajes sufridos, miserables, que tienen que enfrentar la adversidad para salir adelante, pero sí hay un conflicto potente en ella. El problema es cuál. No lo sabemos. La película no lo dice y sólo entrega pistas, para que uno arme un rompecabezas inusual, para que uno juegue a plantear hipótesis. Esto puede agradar como puede cargar. A mí me pateó un poco, tengo que confesar; sobretodo porque en realidad me metí en la historia y pensé que el final daría un giro interesante que nos dejaría a todos satisfechos. Pero la cinta termina y no resuelve nada; aunque por lo menos lo hace a propósito.
Al parecer, según fuentes ultrasecretas e informaciones que me llegan desde los satélites que orbitan nuestro planeta (y que en ningún caso es información que me entregaron en la misma función de prensa, cómo se les ocurre), el director, que dicho sea de paso es el mismo de “Los Archivos del Cardenal”, habría pretendido retratar una sociedad incomunicada, desinteresada por el otro, indolente. Hasta cierto punto sí, eso queda reflejado sobretodo en una escena con la nana de la vecina, aunque uno no llega a saber si el protagonista es asopado o insensible.
Ahora bien, yo podría contarles la película y darles mi propia interpretación de los acontecimientos, pero no quiero hacerlo para no arruinarles a ustedes la posibilidad de construir sus propias teorías (mentira, es porque me da cosa mandarme un carril gigantesco). Lo que les puedo decir es que es un drama familiar de un protagonista medio pavo que vaga por distintos escenarios cargados de conflictos que le pertenecen y que no, hasta un final aparentemente trágico -sobretodo desde el sentido griego de la tragedia, considerando el principio mismo de la cinta.
Sin embargo lo que más me gustó de la película, aunque nada tiene que ver con la historia misma, pero al mismo tiempo tiene todo que ver -sobretodo por las muy bien colocadas pistas-, es la dirección y fotografía de Bahía Azul. Pocas veces se ven tomas tan hermosas en las películas chilenas -a menos que ya estemos hablando de los directores más destacados- y un uso exquisito de los espacios, de las locaciones, gracias a una cámara estática que pocas veces se mueve para seguir a algún personaje, y que alcanza tan nivel de belleza que a veces llega a ser agotador y a verse poco natural, pero no importa porque lo vale; o imaginen una tarde entera en un museo de arte, viendo cuadros: agotador, pero hermoso. De hecho, para cerrar los voy a dejar con una de las imágenes que más se me grabaron en la retina. Vayan a ver Bahía Azul, desde este jueves en las salas que la estrenen -ojalá varias- y por tiempo limitado -seguramente la saquen de casi todos lados a la semana, como el común de películas nacionales. Con Antonio Campos, María Izquierdo, Trinidad González, Mariana Loyola, Carmen Gloria Bresky, Catalina Saavedra y otros más. De tan solo 80 minutos de duración, escribe Daniel Pizarro y dirige Nicolás Acuña.