Víctor Carrasco y Quena Rencoret rompen esquemas en el género telenovelesco: un villano que no sólo recibe su castigo en el primer capítulo, sino que se lo inflinge solo. Es “El Señor de La Querencia”.
Apostaría un dedo a que lo más comentado del primer capítulo de El Señor de La Querencia, la nueva teleserie nocturna de TVN, serán las dolorosas flagelaciones a las que se autosomete el conflictuado José Luis Echenique para expiar sus pecados. Pecados que, hasta ahora, no van más allá del sexo extramatrimonial. A diferencia del sádico y burdo Martín Ortúzar de Los Pincheira, este terrateniente del pasado -interpretado por un sólido Julio “O’Higgins” Milostich, que hace rato venía juntando méritos para un protagónico- tiene inseguridades, traumas y angustias a partir de una figura paterna que nunca logró destruir. Ambivalencias que prometen convertirlo, más que en un villano memorable que rompe sacrosantos esquemas telenovelescos al recibir su castigo desde el primer capítulo y por sí mismo, en un personaje digno de compasión y extrañeza, aunque sin cruzar la barrera del “malo que al final es bueno” a lo Dexter.
En un capítulo que se hizo corto y que, a ratos con un ritmo histérico y truquillos audiovisuales chulos en el corte entre escenas, condensó el conflicto central sin apelar a los trucos baratos que TVN acostumbraba usar en sus adolescentes teleseries “adultas”. El sexo estuvo aquí en función de la historia y no necesitó siquiera un desnudo para marcar su omnipresencia. El peak cachondo lo marcó la exquisita Celine Reymond envuelta en una lencería conservadora para nuestra época, despertando las pasiones lésbicas de Lucrecia (Lorena Bosch) y las heterosexuales de todos nosotros. Hoy TVN aprendió algo nuevo: no siempre necesitas una teta para calentar al público.
Da gusto ver un trabajo (ahora sí) adulto de la sexualidad. Sexualidad como temática, ya no en “pongamos a Katyna Huberman en pelota para que el viejo verde no se cambie a Morandé con Compañía”. El personaje de Alejandra Fosalba rompe con el mito de que antes todas las mujeres eran cartuchas y sometidas salvo las putas. Aunque aquí se respeta la regla valentinpimsteiniana de que toda heroína de teleserie debe ser sexualmente pasiva, queda claro que la atracción de Leonor por Manuel Pradenas parte -como todas parten en la vida- de forma meramente erótica, y que aprender a manejar su sexualidad será lo que la libere de un marido opresor y oscurantista que le quema los libros porque sabe que una esposa ignorante es una esposa obediente. Lo que él no sabe es que el llamado de la naturaleza es más fuerte. Ah, no, sí sabe, pero quiere autoconvencerse que no y por eso hace lo que hace mientras recita padrenuestros.
La puesta en escena, aunque sin la espectacularidad de Pampa Ilusión o Los Capo, es impecable, al igual que las actuaciones: Alvaro Espinoza luciéndose y también candidateándose para protagónico, Patty López demostrando que es mejor actriz de teleseries que de cine, Rudolphy preciso como siempre, Sigrid Alegría y Alejandra Fosalba avejentadas en 32x y relegadas a papeles de mamá sólo porque después de ellas viene Claudia Di Girolamo y no hay más entremedio, Andrés Reyes divertidísimo como dandy con toques de ambiguedad, y Maite Fernández tan grande que fundaría una causa en Facebook para pedir que su personaje vuelva como fantasma si la teleserie no estuviera enteramente grabada.
Lo único que choca es el excesivo “teleseriedelosochentismo” de los diálogos, quizás consecuencia de narrar un conflicto potente en 40 minutos y a prueba de tontos. ¿Por qué siempre en las teleseries de época todos -al menos los ricos- hablan como siúticos? No viví en 1920, pero el sentido común me hace dudar que realmente se haya hablado así. Se nota que el equipo de guionistas que lidera el siempre ambicioso Víctor Carrasco no tuvo asesorías de expertos en historia, lo mínimo que uno podría exigirle a una producción ambientada hace casi 90 años. Más allá de referencias a líderes políticos y a Vicente Huidobro, en los diálogos no hubo mención alguna a contingencia o costumbres de la época. Una teleserie no debe ser un documental, pero uno esperaría diálogos bien instalados en su marco histórico. Cuando Leonor alega que su único hobby es leer, José Luis le responde “búsquese otro”. ¿Cuáles?, se pregunta uno. ¿Qué hacían las mujeres en esa época? La idea es meterse en el Delorean y olvidarse que en realidad todo transcurre en un moderno set de Bellavista 0990, en pleno siglo XXI. Y en momentos como ése, yo lo recordé. Y eso es DANGER.
El Señor de La Querencia incluye en el combo, era que no, el discurso anti-patronal metáfora-de-la-dictadura que TVN viene reciclando desde tiempos que se sienten inmemoriales. Cruzo los dedos para que Manuel Pradenas no se convierta en el Che Guevara de La Querencia y arme revueltas y todo sea “Historia reciente de Chile for dummies”. No porque me moleste el elemento político, sino porque esa historia Sabatini y Carrasco ya nos la contaron muchas veces. Demasiadas. Ya está bueno.
Me pregunto si, esta vez, la fábula irá por el lado de la religión. En un país donde se sabe que fanáticos religiosos de ciertas sectas aún llevan a cabo prácticas como las de Echenique, donde una iglesia puede lograr la prohibición de un método anticonceptivo, lo que vimos en El Señor de La Querencia no es menor. Y no es menor que el bueno sea ateo y el malo un católico fanático. Y que los inquilinos que dependen de ese malo no puedan opinar al respecto y se sorprendan porque el bueno se atrevió a hacerlo. Será interesante ver cómo Carrasco y compañía desarrollarán el tema y qué reacciones puede haber al respecto.
Me gusta que TVN, desde Pampa Ilusión, venga haciendo una teleserie de época cada 3 años. Creo que la capacidad de montar proyectos así es clave para marcar diferencia entre un área dramática grande y una chica. Y es grave que Canal 13, a excepción de Hippie, nunca se haya decidido a armar una producción de época en casi 30 años de área dramática. TVN no sólo dio vuelta la desastrosa página de Los Capo, sino que se lanzó a por el horario telesérico que más parece importarle: el nocturno.
Así las cosas, que nadie se extrañe si desde el 2009, o cuando Canal 13 se la pueda con una nocturna, este horario se convierte en el prime de las teleseries chilenas, en desmedro de la clásica novela de las 8, ya invadida por comedias livianas o dramas teen. Porque TVN hace rato que está apostando por ese modelo, inyectándole a sus teleseries de las 10 presupuesto, capacidad de producción, sus escritores top y su elite actoral, al filo de la despreocupación y el exceso de confianza para sus novelas del bloque tradicional. A las 10 todo es más cuidado, partiendo por un guión trabajado con antelación, sin la histeria del estreno inminente y a sabiendas que los capítulos son menos y más cortos que en el otro horario. Como pre-doctorado en teleseries nocturnas, bien. Pero el real desafío llegará cuando haya competencia, cuando el bloque de las 10 sea permanente y su producción sea sistemática y no dependa de “a quién no le toca este año en las de las 8”. Ahí, sólo ahí, podremos decir que TVN se puso pantalones largos y está al nivel de las grandes factorías de telenovelas latinoamericanas. Ojalá les resulte.