“Bailando por un Sueño”, el estelar de baile de Canal 13 suspendido por la pandemia del coronavirus, volvió a emitirse hace unas semanas, ante el rechazo de muchos que consideramos que el programa conducido por Martín Cárcamo no está a tono con las circunstancias que se viven en el país, y las dudas respecto a la seguridad sanitaria de los participantes. Esta duda se convirtió en certeza recién cuando trascendió el contagio con COVID-19 de un miembro de su equipo.
Dos de los participantes, la comediante argentina Yamila Reyna y Renato Avilés, el bailarín ecuatoriano detrás del “Estúpido y Sensual Spiderman”, han dado detalles de la trastienda del programa. Avilés señaló que se han realizado grabaciones en plena cuarentena en la Región Metropolitana, lo que contradice la versión del canal en cuanto a que se están emitiendo capítulos grabados antes de ésta. Yamila, por su parte, insinuó que varios otros compañeros mostraron síntomas de resfrío y gripe, lo que ha motivado la suspensión de grabaciones y hace temer razonablemente por más contagiados.
La polémica ha llevado a que el “Bailando…” sea severamente criticado y hasta denunciado al CNTV. Todo esto ha afectado mucho su sintonía, llegando a quedar en cuarto lugar, detrás de teleseries turcas, lo que constituye un fracaso rotundo para una apuesta tan arriesgada y cara.
Aún suponiendo que Canal 13 haya tomado los resguardos sanitarios necesarios, ¿vale la pena arriesgar la salud de tantas personas por un programa de televisión? Se podrá alegar que existen contratos y compromisos económicos que hay que respetar, argumento que resulta pobre en un contexto donde eventos mastodónticos, tradicionales y con contratos mucho más onerosos como los Juegos Olímpicos de Tokio, el Festival de Eurovisión y las temporadas completas del fútbol y del tenis han tenido que ser postergados o derechamente cancelados ante la contingencia sanitaria. Ningún evento, por más tradicional o importante que sea, justifica arriesgar vidas para su realización.
El programa está absolutamente fuera de tono con la situación del país. Ya lo estaba antes del coronavirus, con el estallido social. El auge de la farándula ya fue, casi todos los programas dedicados al género murieron, y muy pocos tienen tiempo y neuronas para ver una competencia de baile entre famosillos. Además, muestra poca sensibilidad en un momento donde muchos están llorando a sus muertos, temen por sus familiares contagiados, o están cruzando los dedos para que el maldito virus no les toque.
Por último, parece incoherente que, en un momento donde se le pide a la gente que se quede en la casa, que salga lo menos posible, y se denuncia -de forma acertada- a los imprudentes que hacen actividades masivas como fiestas, cultos y otras, Canal 13 mantenga grabaciones de programas que están lejos de ser “actividades esenciales”. Los relatos de personal sanitario llorando de rabia e impotencia al ver la emisión del programa al llegar a sus casas resulta sumamente decidora.
¿Valdrá la pena insistir con el “Bailando…” hasta el final, dados sus desastrosos resultados en rating y en prestigio? ¿No será mejor “hacerla corta” y apurar su fin, tal como pasó con la infausta versión chilena de “Videomatch”, que al igual que este llegó de la mano de Marcelo Tinelli? La insistencia en este programa constituye una imprudencia que le va a costar carísimo a Canal 13.