A partir del historiado caso de Matías del Río y de un documental sobre la “cultura de la cancelación”, sectores intolerantes y poco acostumbrados a los cuestionamientos han manipulado mañosamente este concepto para ocultar su incapacidad de sostener sus posiciones.
En el marco de la campaña del plebiscito de salida del próximo 4 de septiembre, la agrupación “Saca la Voz” subió a su canal de YouTube un extracto del documental “La desilusión”, en el cual personajes como Oscar Andrade, Renato Garín, Sergio Micco, Silvia Eyzaguirre, Ximena Rincón y otros se quejaron amargamente del durísimo feedback que han recibido a través de las redes sociales, enmarcando este hecho dentro de la llamada “cultura de la cancelación”, lo cual dio pie a una interesante polémica. En ese mismo saco se metió la “comedia de equivocaciones” suscitada en torno a la salida del periodista de TVN Matías del Río de la conducción de “Estado Nacional” para asumir la conducción de otros proyectos, lo cual fue calificado como una “censura ideológica” por sectores afines al Rechazo, y generó tanto ruido que tuvieron que reponerlo a cargo del programa.
De acuerdo a Wikipedia, la cultura de la cancelación “es un neologismo que designa a un cierto fenómeno extendido de retirar el apoyo, ya sea moral, como financiero, digital e incluso social, a aquellas personas u organizaciones que se consideran inadmisibles, ello como consecuencia de determinados comentarios o acciones, independiente de la veracidad o falsedad de estos, o porque esas personas o instituciones transgreden ciertas expectativas que sobre ellas había”. Es la versión siglo XXI de lo que en tiempos pasados se conocía como “ostracismo” o “la ley del hielo”. Si dices o haces algo que me molesta, dejo de consumir tus productos u obras, y busco por todos los medios que muchos otros lo hagan también, que te echen de tu actual trabajo, que no puedas conseguir uno nuevo, que cancelen o te saquen de proyectos donde estás considerado, que tengas que irte del país, etc. La cancelación suele estar asociada a las “funas”, que se suelen usar en caso de personalidades acusadas de cometer actos criminales o inmorales, y que se considera que no recibieron el castigo que merecían de parte del sistema de justicia.
El concepto no es nuevo ni menos reciente. Son recordados los casos del pionero del Rock and Roll, Jerry Lee Lewis, cuya carrera se fue al suelo luego de un desastroso viaje a Gran Bretaña donde fue mal recibido al saberse que su entonces esposa era su prima y además era menor de edad. Los Beatles también sufrieron “cancelación” en Estados Unidos a mediados de los 60 debido al repudio de sectores conservadores por las declaraciones de John Lennon en cuanto a que “eran más grandes que Jesucristo”. En la actualidad, con la aparición de las redes sociales, las “cancelaciones” han adquirido un poder tan inaudito como escalofriante. Incontables son los casos de artistas, youtubers, influencers, políticos, empresas o productos que, debido a algo que dijeron, hicieron o escribieron -incluso hace mucho tiempos atrás, cuando eran adolescentes inmaduros- de un día para otro perdieron contratos, seguidores, partidarios, clientes y sus carreras se fueron a pique, en muchos casos de manera definitiva.
¿Es válido cancelar? Lo considero discutible. En principio, cada persona tiene derecho a usar su poder como consumidor para premiar o castigar a quien crea que lo merezca. En el caso de personas que cometieron crímenes flagrantes e impresentables se entiende como una consecuencia natural de sus actos; no así en casos de personas que emiten opiniones polémicas y difíciles de digerir, pero que no constituyen delito per se, o gente a la que se le hace pagar por tonteras que dijo o hizo hace años atrás, cuando eran menores de edad o en un contexto donde no se cancelaba a nadie por esas cosas.
Cancelado fue Bill Cosby después de ser condenado por abusos sexuales reiterados; cancelado fue Will Smith después de la infame cachetada a Chris Rock en la última entrega de los Oscar; cancelado fue Johnny Depp, al menos hasta el final del juicio con Amber Heard. A nivel nacional, cancelado fue Tito Fernández “El Temucano” después que se supo de las acusaciones de acoso sexual por parte de ex discípulas de su “secta metafísica”; cancelado fue Fernando Villegas, que fue expulsado de los medios tradicionales después del reportaje del “The Clinic” donde se reveló su historial de “viejo verde” y acosador; cancelados fueron Herval Abreu y Nicolás López, directores de televisión y cine que fueron acusados de acosar sexualmente a actrices de sus elencos. Otros «cancelados» de verdad fueron Víctor Jara, los tres profesionales degollados, el periodista José Carrasco Tapia, Patricio Bañados, los artistas chilenos exiliados y todos los que perdieron trabajos por razones políticas durante la dictadura.
Con una mano en el corazón, ¿lo de Matías del Río dio para cancelación? ¡Para nada! Hasta donde se sabe, nunca estuvo en peligro su contrato en TVN ni en Radio Duna ni en ninguna parte. Era una reasignación de funciones como tantas hay en los medios, solo que fue realizada en un momento políticamente caliente, con pésimo timing y torpemente comunicada. Matías del Río ha sido permanentemente cuestionado en los últimos años porque su desempeño periodístico es considerado por muchos como “sesgado”, con los dados cargados hacia la derecha y cargándole la mano a los entrevistados de izquierda. Se le criticó de forma particular por defender el retorno a clases en plena pandemia, dado el evidente conflicto de interés existente en este tema entre su rol de periodista del canal público y su condición de miembro del directorio del Colegio San José de Lampa, de la Fundación Astoreca.
Los que reclamaron en el documental de “Saca La Voz”, ¿califican como cancelados? ¡Ni de casualidad! Muchos de ellos, en especial los denominados “amarillos”, tienen tribuna permanente en medios escritos como La Tercera y El Mercurio, son invitados recurrentes a matinales y programas de debate en la TV abierta y pagada, tienen acceso libre a redes sociales y plataformas de streaming para entregar su mensaje, y puestos de trabajo seguro en universidades, empresas, centros de estudios y medios tradicionales. Que esta gente use sus amplias y visibles tribunas para reclamar con lágrimas de cocodrilo que los están «cancelando» me parece un grosero abuso del concepto, un insulto a la inteligencia de las personas y una flagrante falta de respeto con los «cancelados» de verdad. Como señaló asertivamente el comediante estadounidense Jon Stewart,estos «cancelados» no parecen callarse, sino que hablan hasta por los codos y disponen de las tribunas más prestigiosas para expresarse. Una cosa es recibir hate vía redes sociales (lo que por cierto es repudiable y lamentable), pero otra muy distinta es ser echado, silenciado, exiliado, torturado, asesinado y hecho desaparecer. Eso sí es verdadera «cancelación».
Lo que veo ahí no es “cancelación”, sino que un grupo de personajes públicos que llevan muchos años dando opiniones, pontificando y dictando pautas de manera impune, sin que nadie ejerza un contrapeso efectivo, los contradiga, analice sus discursos de forma seria y rigurosa y les cuestione abierta y directamente los (muchos) cabos sueltos que dejan. Han vivido en un invernadero, en un ambiente hipercontrolado donde pueden pasar fácilmente por “intelectuales” sin que nadie los ponga verdaderamente a prueba. A partir del Estallido Social, está gente pasó a estar fuera del invernadero, se encontró de golpe y porrazo con interlocutores (algunos de los cuales habían sido censurados y ninguneados por años) que están haciendo la pega y los están poniendo verdaderamente a prueba. Además, gran parte de estos «partidos» se juegan en «canchas» como YouTube, el streaming y las redes sociales que, a diferencia de los medios tradicionales no conocen ni menos controlan. Aquí es donde se usa mañosamente la idea de “cancelación”, transformándola en un “bolsillo de payaso” donde cabe todo: críticas pasadas de pueblos de «progres» intolerantes, pero también cuestionamientos y contrapuntos válidos, asertivos y razonables que no esperaban y que no saben cómo responder. Ante ello, se esconden detrás de la “cancelación” para no tener que enfrentar el bochorno de no ser capaces de presentar una respuesta razonable, o tener que asumir que estaban equivocados, o los pillaron mintiendo o vendiendo humo a escala industrial. Es gente que no está acostumbrada a ser cuestionada en su discurso, y cuando se enfrentan con alguien que lo hace de verdad, se victimizan más que Neymar cuando lo tocan.
Toda esta gente es parte de una élite cuyos pies de barro quedaron en evidencia desde el Estallido Social. Gente que posa de “culta” e “intelectual”, pero que en realidad es más bien ignorante, de bajo nivel intelectual, carente de calle y empatía, y cuya posición de privilegio en muchos casos solamente se explica por herencia y contactos. No deja de ser llamativo que un personaje éticamente cuestionable como Gonzalo De La Carrera haya sido electo diputado con la primera mayoría en el distrito que incluye a las tres comunas que constituyen el “bastión de la élite chilena”, Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea.
Hay también sectores radicales, tóxicos y termocéfalos del progresismo y del feminismo que, quizás por años de rabia acumulada, caen en catarsis comprensibles pero contraproducentes, se pasan de pueblos con sus ataques, y les cuesta debatir con gente que haga cuestionamientos legítimos y razonables a sus puntos de vista. Esto muchas veces los lleva a cometer errores garrafales, como “cancelar” y “funar” a personajes que les caen mal de manera injusta o antes de tiempo, como lo que sucedió con la cantante cubano-española Chanel Terrero después de ganar la representación española al último Festival de Eurovisión.
La libertad de expresión no va de la mano con la “incuestionabilidad de expresión”. Estás en pleno derecho a expresar tus ideas públicamente, pero cuando lo hagas debes saber que habrá una contraparte que la va a analizar, cuestionar e interpretar de la forma en que lo estime conveniente, y a partir de ello, ejerciendo su propia libertad de expresión, podrá emitir sus propias ideas al respecto, del modo que le parezca conveniente, y posiblemente te interpele con mayor o menor dureza. Ante ello, existe la posibilidad de que lo que sea obvio y de sentido común para unos, sea una blasfemia inaceptable para otros. Y aquí entran a tallar factores importantes temas como tolerancia, sensibilidad a la crítica, flexibilidad mental, dogmatismo, etc.
Todo esto se resume en uno de los mayores defectos y asignaturas pendientes de la sociedad chilena: NO SABER LIDIAR CON LO DIFERENTE, con lo que se sale de nuestros parámetros conocidos, de nuestra zona de confort. No somos una sociedad homogénea, quizás nunca lo fuimos. Somos una colección, un rejuntado de “tribus”, algunas más poderosas que otras, cada una con su propia visión e interpretación del mundo, donde muchos creen que la visión de “su tribu” es la única válida, la única correcta y cualquier cosa distinta a ella es sospechosa, es un error, es pecaminosa y las personas que las sostienen son gente equivocada y peligrosa. El tema es qué pasa cuando nos vemos obligados a convivir entre personas de diferentes tribus, y cuando, debido a la inmigración y la globalización, empiezan a llegar muchas otras más. Creo que este es uno de los mayores problemas a resolver en la sociedad chilena, en especial considerando que los “privilegiados” en el estado de cosas actual quieren mantenerlo a toda costa.